Ahora tú tocarás el violín

 

Hace más de dos meses que no escribo en mi propio blog, creado por para compartir mi mundo. Qué bestialidad. La sensación de no haber sido totalmente yo a lo largo de este tiempo me congela las venas y creo que la única manera de salir de este pasmo es saliendo, es decir, escribiendo. Así que aquí estoy. Para bien o para mal, me tienen de vuelta, queridos lectores.

¿Novedades en la casa? Pues sí, algunas. Hice un par de aguerridos viajes, le metí más ketchup a mi vida con una desatinada decisión -felizmente, apareció un cazador que me sacó de la panza del lobo- y conocí al hombre que hoy por hoy, tiene mi corazón con el marcapasos de su sonrisa -qué cursi soné, Dios… too many emotions, taking me over, je-.

Hablando de emotions, el otro día recordé, de pura casualidad, una canción que se encuentra en los anales de mis duchas. Se titula «Ni una maldita florecita», de Christina y los Subterráneos. Quizás algunos de ustedes la recuerden: esa rubia española que iba en un coche que robé anoche a un tipo listo que iba a ligar. Cuando yo tenía 14 años, se presentó en el otrora renombrado Salonazo de Lima y, por supuesto, estuve ahí pogeando con mis amigas del colegio -todas vestidas con nuestros salchichones jeans Lee-.

La canción narra la aventura de una adolescente con un chico, el cual tras un día de travesuras infantiles y una noche en un club de jazz, se convirtió en su mejor amigo: «Andábamos casi a dos metros del suelo, limpios y guapos caídos del cielo, compre una historieta de corto maltés, y tú una chaqueta de soldado inglés; luego borrachos en un club de jazz, creo que hablamos un poco de más, quiero que siempre te quedes conmigo, ahora que tú eres mi único amigo». Acto seguido, dice: «El dia que yo fui feliz, nadie tocaba el violín, ni una maldita florecita, ni arco iris sobre mí».

Me dio mucha nostalgia recordarla y, con algunos años más, caí en la ineludible tentación de encontrarme en ella. Y me hallé. Y recordé el instante en el que mi amante bandido me hizo bailar una rica cumbia a ritmo de lenta de quinceañero. Había decenas de personas riendo, tomando, bailoteando… pero solo estábamos él y yo. No hubo necesidad de violines, ni mariachis -sin ánimo de menospreciar el cumpleaños de Tula- ni de malditas florecitas. Menos aún de arco iris. Solo bastábamos él y yo; él, con su sonrisa temerosa; yo, dando gracias al cielo por tener el tamaño justo para apoyar estratégicamente mi cabeza en su hombro.

Luego de este sinceramiento emocional, descubrí que, en la vida, no podemos esperar que los momentos felices vengan acompañados del corso de Wong… porque, al ser simples, llegan con y como lo más cotidiano de nuestras vidas. Esto, por supuesto, no es un llamado mío a la pérdida de ilusión en la potencial realidad de los sueños; sino más bien a que seamos nosotros quienes dotemos de magia, desde nuestro interior, a nuestros momentos en los cuales somos felices, de tal manera que no nos pase aquello de que «nunca pensé que fuera así, y como nadie me avisó, no me di cuenta y me dormí… me dormí».

4 comentarios en “Ahora tú tocarás el violín

  1. Sólo diré, por qué esperar a que suenen los violines en tus oídos si en momentos como ese la música que nace del crujir del vientre y que se amplifica con el ritmo acelerado del corazón, llega retumbar de tal forma en el cerebro que nisiquiera los acordes de un Stradivarius se dignarían igualar.

  2. Hola Alerta Uno

    Muchas gracias por comentar.
    Por lo que leo, tú también has sentido la bendita experiencia del encuentro esperado con la persona que venía haciendo papilla con tu mente y tus emociones al pasar por tu lado, pero no por tu vida. Espeluznante, ¿no? Tal como dices, es un momento en el cual no escuchas ni los llantos del borrachito que añora su amor perdido con «Quién cura el corazón», ni mucho menos al inoportuno mozo que te pide que le pagues la chela por adelantado. Ojalá, tal como te propongo, no sean solo estos momentos los que llenes con la música de tu alma, sino todos aquellos que huelen y saben a vida.

  3. ¿Y si luego de haber llenado una nueva libreta de recuerdos bonitos, sólo recuerdos, porque el estilo de vida no da para más, y sentirte feliz de haberle dejado pasar por tu vida, feliz de haberle conocido, feliz de interminables desayunos, momentos inolvidables y complicidad, él, desde el otro lado del mundo y con un teclado te dice: «te echo de menos, pero también aprecio mi espacio. Es que, sabes, esos últimos días que anduvimos en plan «novios» yo me empecé a sentir agobiado, sobre todo porque yo veo de otro modo las relaciones, soy más intimista y, bueno, que ya sabes que no me enamoré de ti, porque justo ahora no quiero enamorarme de nadie»?…
    ¿Qué se hace ahí?…
    Me gustaría ser normal.

  4. Querida Angela, son los riesgos de ilusionarse. Muchas veces me preguntaron, y yo misma me pregunté, si los seres humanos somos capaces de, por lo menos, intuir que la persona en quien plantamos la mirada será emocionalmente adecuada para nuestras vidas. Sin embargo, la experiencia todavía no me da pruebas de que ello es posible, porque en la etapa pre relación las verdaderas implicancias de ella no son totalmente tangibles. No tengas miedo, Angela. El que no arriesga… no gana.

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